Llenar el espacio
Ante el tribunal debería haber asegurado que soy inocente. Hubiese sido tan arrogante como si hubiese asegurado que soy culpable.
Emmy Hennings, poeta, novelista, cantante, bailarina, cabaretera y marionetista, Cárcel (1919)
El funcionamiento de las antenas parabólicas consiste en captar señales y reflejarlas hacia un punto específico donde la información se decodifica o se traslada hacia otros puntos del espacio. Este funcionamiento, un foco donde se concentra la señal, me resulta parecido a la función que tiene el cuerpo en las artes escénicas. En la música, el teatro, la danza o el circo, los cuerpos de quienes están en escena son el punto donde se concentra la expresión, la dedicación, la formación, el tiempo de ensayos y todos los demás esfuerzos que requiere cualquier acto escénico. Recoger todo estos impulsos, sintetizarlos y volverlos a enviar, el mismo funcionamiento que las antenas.
Los cuerpos, la herramienta principal de estas disciplinas, son también el espacio donde las opresiones hacia las mujeres y las personas con identidades de género no normativas se ejercen de una manera más clara. Y el lugar donde las distintas capas que conforman nuestro ser nos atraviesan de maneras diferentes según nuestro origen, orientación sexual, clase, o diversidad funcional, entre muchos otros factores.
Todo eso interactúa en nuestros cuerpos y los escenarios -o la pantalla, o los platós- funcionan como una gran lupa que amplifican el continúo juicio sobre nosotras: apariencia, talla, edad, cuestiones relacionadas con lo afectivo-sexual o la maternidad… Eso, si se está ahí de alguna manera, porque algunas realidades rara vez son reflejadas en las producciones culturales, y de ser así, aparecen desde ópticas estereotipadas, distorsionadas o victimizadas. Y tengo que decir, que al escribir esto, me sorprende y me entristece que, a pesar de que suena a pasado, siga siendo hoy actualidad.
Cuando hablamos de la relación entre el cuerpo y las artes, hay un concepto que me gustaría destacar en relación al género: la presencia escénica, esa cualidad escurridiza que tiene que ver con el movimiento, el gesto, la postura, la energía, la seguridad y la confianza. Aspectos que siempre han sido limitados y controlados en el caso de las mujeres y las personas con identidades de género no normativas. Nosotras hemos sido vigiladas para restringirnos, ceder el protagonismo a otros cuerpos, ocupar solo los márgenes. No movernos demasiado, no despeinarmos, no ensuciarnos, no ocupar demasiada talla, no andar demasiado por la noche, no bailar solas. No tener una apariencia demasiado llamativa. No hablar ni reclamar demasiado. No expresarnos demasiado fuerte, ni con demasiada libertad. Básicamente no ser demasiado visibles ni llenar demasiado espacio.
Estas restricciones empiezan desde la infancia y continúan durante toda nuestras vidas, porque las cuestiones relacionadas con él género están siempre presentes, llegan hasta el último rincón, hasta la última célula. Desde los patios y parques infantiles, donde las desigualdades en relación al uso del espacio siguen siendo habituales, hasta la manera que se entiende como correcta para sentarnos en un lugar público o caminar por la calle, todo contribuye a la idea de que nosotras no deberíamos ocupar grandes cantidades de espacio físico. Cuando mi hija tenía seis meses me llamaba la atención que, en muchas tiendas, los pantalones etiquetados para bebé asignada como niña eran ajustados, mientras que los de bebés niños eran más holgados. El sistema de género llega a todos los ámbitos y empieza desde tan temprano que no sólo diseña productos claramente diferenciados como masculinos y femeninos para las infancias sino que indica que las piernas de las bebés deben tener un espacio más reducido que las de sus coetáneos.
Por supuesto estas acotaciones del espacio también se refieren a lo social y lo simbólico. Todavía en muchos contextos se premia ser discreta, no destacar, no tomar la iniciativa, quedarse atrás, la paciencia, la espera. El rol de buena alumna o buena chica, que en nuestro caso se asocia muchas veces con mantener un perfil bajo, y que aunque en la mayoría de contextos ya no viene de asociarse con cierta virtud religiosa como en épocas anteriores, sí que se relaciona con otros valores como la educación, la elegancia o incluso la profesionalidad. Esto supone para nosotras, en muchas ocasiones, la obligación de presentarnos de manera moderada, de temer hacer las cosas demasiado bien, pero nunca poder hacerlas mal. Demostrar lo que conocemos sin estar demasiado orgullosas por ello. Una doble carga que exige ser excelentes pero discretas, calcular nuestro grado de exposición, y disculparnos o pedir permiso por nuestra seguridad en lo que sabemos. Una manera de control a la repercusión o al alcance de nuestras acciones.
Así que nada de llenar el espacio excesivamente, y en ningún caso ocupar el que no nos ha sido asignado, porque de ser así todos los sistemas de opresión relacionados con cuerpo y género empiezan a funcionar como una maquinaria precisa de sospecha y crítica. Aprendemos desde pequeñas que solemos ser sancionadas con juicios no solo sobre lo que hacemos, sino también sobre aspectos que no tienen absolutamente nada que ver con ello, como nuestra imagen, nuestra sexualidad o nuestro rol familiar, si nos situamos en el medio de la acción. Sin embargo, en el arte, y especialmente en las artes escénicas, paradójicamente, el centro, el foco, es precisamente el lugar que hay que ocupar. Hay que situarse en el medio de la escena, captar la atención, llenar el espacio.
Y por eso estas disciplinas, y por extensión los entornos culturales y creativos, son puntos estratégicos para cambiar estas dinámicas en la sociedad, porque son como lupas que aumentan la realidad, y también son altavoces para desafiar estereotipos, superar representaciones limitadas, e imaginar y proponer nuevas realidades. Sin embargo, para que esto sea posible, hace falta detenerse y revisarlo TODO porque el género atraviesa todas nuestras circunstancias, hábitos y comportamientos, los de cualquier persona, en cualquier momento, en cualquier lugar. El cambio está en entender que muchas situaciones que vivimos como limitantes o injustas no son hechos aislados, problemas individuales o cuestiones personales, sino el resultado de sistemas estructurales que generan desigualdades. Necesitamos buscar y encontrar oportunidades para contrarrestar la inercia, esa fuerza que hace que, a pesar de nuestros esfuerzos, la tendencia sea que nada cambie. Proyectos como éste, como PARABOLIKAK, que permiten detenerse y reflexionar sobre lo que nos ocurre en nuestras prácticas artísticas y cotidianas. Un punto en el que concentrar opiniones, experiencias, saberes, dudas y propuestas, compartirlas, comunicarlas y volverlas a enviar para que hagan eco en otras. El mismo funcionamiento que las antenas.
Sabemos que hoy en día, somos muchas las que planteamos nuestra actividad desde perspectivas feministas, y también que es necesario seguir trabajando en este sentido. Cada una desde sus disciplinas pero tratando de encontrar estas zonas de comunicación y encuentro, porque con una red de muchas es más fácil llegar a todas partes. En este sentido señalar también que siempre ha habido creadoras, en cualquier época; pintoras, inventoras de ficciones, compositoras, investigadoras…recoger sus historias es asimismo una manera de llenar el espacio. Como lo es igualmente recuperar la memoria de todas las anónimas, de las que no conocemos sus nombres, pero sí somos capaces de reconocer su visión, sus saberes, sus oficios, su participación en todos los avances, en todas las revoluciones y cotidianidades. Necesitamos ver a todas estas referentes invisibilizadas para poder releer lo que se conoce como Historia desde una perspectiva nueva, y para que sirvan como apoyo a las que vienen.
Y para que así sea, hace falta que esos relatos sean diversos -porque si no lo son, serán injustos- no solo en cuestiones de género, sino de manera interseccional, para transformar qué historias se cuentan, cómo se cuentan y quién va a contarlas, porque cuantos más sistemas de opresión se superponen mucho mayores son las situaciones de desigualdad, vulnerabilidad e invisibilidad. Quien no vive una opresión no conoce los detalles, no sabe cómo va introduciéndose en el cuerpo, hasta el último rincón, cómo dificulta el movimiento, el gesto, la postura, la energía, la seguridad, la confianza; cómo complica que nos situemos en el foco. Así que es preciso seguir cuestionando las estructuras y los modos de poder, cambiando las narrativas culturales, transformando la mirada y llenando el espacio para darle la vuelta a todas las opresiones. Vamos a ponerlas a bailar hasta que las vayamos conjurando una a una, y hacer que todo esto que escribo aquí ya no tenga ningún sentido.
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